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Body surfing

Menchu entró en el bar del pabellón y pidió una Fanta naranja.
—Solo tengo Fanta de bodega —dijo Coala.
—Bueno, pues de bodega —respondió Menchu con abatimiento.
Coala tanteó por debajo de la barra y sacó una botella de litro de Fanta llena hasta la mitad. Al abrir el tapón no se escuchó el típico sonido del gas de las bebidas. Vertió el líquido en el vaso de plástico habitual; cayó como un antiséptico de mercromina, ciertamente.
—Tres euros —anunció Coala.
—Ay, no, perdona… se me olvidaba que llevo el mío de casa. A ver si lo encuentro.
Después de remover y remover dentro de su bandolera New York Yankees, Menchu sacó un vaso de plástico y rápidamente efectuó el trasvase del líquido de un vaso a otro.
—Dos euros —dijo Coala.
Menchu pagó con pesar. Cerró los ojos para no ver su propia acción y dio un sorbo a la Fanta de bodega con todas las burbujas reventadas.
—¡Ahhhh! Como gasóleo de calefacción —pensó para sus adentros.
—Psss… Ponme otro tanque de Ben Parida —ordenó Tristón.
—Ningún problema —contestó Coala.
—¡Sí que hay problema! —interrumpió Boicop, que había aparecido de súbito—. Tenemos que terminar la clase de yoga. ¡Llevamos cuarenta minutos paradas esperándoos! Si queréis continuar en este bar tan fantástico, lo hacéis después de la clase. ¿Entendido?
—¡Ningún problema! —replicó Coala—. Pero si queréis volver, me quedan unos diez minutos de lectura. Después cierro el periódico y el bar. Hoy he trabajado mucho y quiero tener vida para mí. Dos tanques y una caña. Me debéis once euros. Luego, cuando terminéis, os devuelvo un euro por el vaso.
Jacinto Tristón pagó resignado.
—Ma quattro euro por una cervezza-sciroppo è un furto —susurró Angelo.
—Psss… Ya se sabe que lo bueno es caro, y la Ben Parida es muy buena —contestó Tristón.
Menchu, Tristón y Angelo, con sus respectivas bebidas, siguieron a Boicop en fila india hacia la sala de yoga. Allí las demás mujeres rodeaban a Perpetua, que poco a poco iba recuperando su estado normal tras el batacazo de la caída de Tristón sobre su cuerpo.
Boicop ordenó formar un círculo. Adoptó un aire de ministra de Igualdad y del Histerismo para lanzar un micromitin a los asistentes.
—Escuchad: lo normal sería suspender la clase inmediatamente después de la acción de estos dos. Su comportamiento muestra una vez más el tradicional statu quo intrínsecamente tóxico, casposo e impositivo. No pasa nada. Os pido tranquilidad. Tenemos que acabar nuestra clase de yoga para demostrar nuestra fuerza. Yo soy una luchadora y vosotras también. ¡No nos van a cancelar! ¡Vamos a luchar!
Angelo della Mirandola empezó a mover las manos con energía, como cuchillas de licuadora, apretando los labios para dar mayor ímpetu a sus movimientos.
—Ma para mí tutto ciò è asstratto… abstracto, abstracto. No entiendo demasiado nada de la cosa que está pasando aquí… Pero yo quiero luchar, claro, luchar… como maestro japonés.
—¡Guay! Perfecto. Así me gusta —dijo Boicop mientras desenvolvía un chicle de jengibre para estimular la saliva de su garganta, seca por las emociones—. ¡Venga! Vamos a mover el cuerpo, a caminar sin dirección concreta, a vuestro libre albedrío, ejerciendo vuestra libertad.
Jacinto Tristón, para no ser menos, también gesticuló.
—Psss… Yo también quiero luchar. Voy con la ONU. Son los buenos. Nosotros somos los buenos, ¿no? Luchar, claro —musitó Tristón.
—Perdonad, pero tanta lucha tampoco es buena —intervino Lurdes—. Yo ya dije que estaba cansada antes de empezar. Hoy me han dejado a mis dos nietas en casa porque los padres van al concierto de Taylor Swift. Tres días van a estar en la capital.
—Es muy normal que estés cansada, Lurdes. Yo también lo estoy. Los pies me están ardiendo —dijo Luisa.
—Yo no acepto la prótesis y ella tampoco me acepta a mí. Somos incompatibles —dijo Pilar.
—Yo, por el suelo, todo lo que queráis. Tengo el menisco degenerado —dijo Eva.
—Sí, claro, lo podríamos hacer tumbadas, todo por el suelo, según las posibilidades de cada una —propuso Rosita.
—Es verdad, el yoga por el suelo calma más la mente, sea cual sea el nivel que tengas —remató Menchu, tras vaciar discretamente el vaso de Fanta en una maceta de flores artificiales.
—Precisamente —dijo Boicop—, el cursillo que yo he creado es para eliminar el cansancio, la debilidad mental y física. Caminar para destensar el cuerpo y tener consciencia de lo que nos rodea. Así el cuerpo comienza a involucrarse en el tiempo y el espacio presentes. Luego ya volveremos a la madre madriguera común, que es el suelo.
—También hay unas vitaminas muy buenas que ayudan a disminuir el cansancio —añadió Lurdes—. La C, la E, la D, el calcio… y nos ahorramos caminar.
—El oxígeno libre de la actividad aeróbica tiene muchas más ventajas. ¡Os estoy dando una oportunidad para que vuestro cuerpo fluya! No la perdáis —concluyó Boicop.
Hubo un murmullo confuso de voces.
—Bueno, hemos decidido aceptar —dijo Luisa—, pero que no sea muy largo el paseo. Mis pies parecen atravesados por púas de erizos.
—¡Perfecto! —remató Boicop, ya convertida en deidad dominadora—. Vamos a hacernos amigos del espacio. A conectarnos con el espacio que nos rodea. Vamos a empezar caminando en modo body surfing.
Perpetua intentó ponerse de pie para conectar con el espacio, pero a los dos pasos la sentaron de nuevo.
—Perpetua seguirá de oyente hasta que remonte totalmente. ¡El movimiento se demuestra andando! ¡Adelante!
Todos empezaron a caminar por la sala de yoga con paso de recreo carcelario, sin tener en cuenta el modo body surfing. Della Mirandola y Tristón, con los vasos vacíos, intentaron escabullirse al bar de Coala para recuperar el euro del vaso, pero Boicop lanzó un alarido que los detuvo en seco.
—¡No, no, parad! Os desplazáis como si empujarais el carrito del supermercado. Sin aire bajo vuestros pies. Recordad: ¡body surfing! Parecéis apisonadoras. Tenéis que moveros como las plantas rodadoras del Far West, fluyendo suavemente empujadas por el viento que las eleva y desliza sin apenas rozar el suelo. ¿Lo entendéis?
Boicop se tomó un respiro con un nuevo chicle de jengibre, dejando discretamente el anterior en una maceta de flores artificiales.
Tristón, sin detenerse, siguió caminando hacia la puerta del bar.
—Ven a ver si aún está el Coala. Cuatro ojos ven más que dos —le dijo a Della Mirandola.
—Naaa… Yo no voy. Igual Conducator me da otra hostia en mejilla. Naaa, ahora estoy bien con ella —respondió Angelo, que siguió imitando a una planta rodadora del Far West.
Tristón comprobó que el bar de Coala estaba ya cerrado.
—È una rapina, un furto! —gritó Angelo—. ¡Pagar por vaso de plástico lleno de sirope caliente! ¡En Japón no pasa!
Angelo rodó con furia por la sala, hasta que se enredó con la estelada a modo de pareo que llevaba Boicop, a quien arrolló y precipitó contra el suelo con un gran porrazo.
Todas las mujeres acudieron a ayudarla. Boicop, dolida, exclamó:
—¡Parece mentira que un genio como yo tenga que estar aquí con este tipo de personas! He intentado tener un feelingguay, pero es imposible. Vosotras lo habéis visto. No puedo seguir con estos trogloditas.
Las mujeres la levantaron en su silla y la llevaron como una papisa en procesión hacia el vestuario femenino.
En la sala quedaron Jacinto Tristón, Perpetua y Della Mirandola, aún panza arriba, con la maceta de flores artificiales volcada sobre las piernas, el líquido de la Fanta de bodega y un chicle de jengibre pegado en la rodilla. La maceta había caído a causa de las vibraciones del trompazo de Angelo cuando representaba la planta rodadora del Far West, ciertamente.
Lee aquí las anteriores entregas de Crónicas del Subsuelo:
Primera entrega: Clase de yoga
Segunda entrega: El bar
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