print $title?>
Celso Giménez estrena una obra sobre la herencia zombi de la guerra del 36
Tras cerca de dos décadas creando como miembro del colectivo artístico La tristura, y colaborando con agrupaciones destacadas de las artes escénicas españolas y europeas como La Veronal, El conde de Torrefiel o Mucha Muchacha, Celso Giménez debuta como creador en solitario del 1 al 11 de junio con Las niñas zombi, que se estrena en Centro Cultural Donde Duque.
El dramaturgo no se aleja, no obstante, de las propuestas formales y temáticas de La tristura, porque, como ya hizo aquella agrupación en CINE o Renacimiento, Giménez explora aquí nuestra historia política reciente, el peso de la herencia. Y lo hace de manera diferente a cómo abordan la desmemoria otras firmas creadoras que son, como él, parte de la generación de nietas y nietos de la guerra del 36 y la dictadura franquista: sobre el escenario, tres mujeres jóvenes ríen, bailan y tienen una historia que contar. ¿Es una historia fantástica que parece real o quizás sea una historia tan real que parece fantástica?
Se dice que la primera generación que sufre un trauma no habla de lo que les ocurrió, necesita encapsularlo. La segunda, tampoco, pues ha vivido el ‘shock’ de sus padres demasiado de cerca. Es la tercera, la generación más joven, la que puede adentrarse en la memoria de sus mayores. Es además, la última que puede hacerlo, porque la siguiente, ya estará demasiado lejos.
¿Cómo te encuentras al margen de La tristura?
Por más que lo intentase creo que nunca me sentiría realmente al margen de La tristura. Es ese nombre, ese proyecto que empezamos hace 19 años y que nos sigue persiguiendo, ¡por mucho que nos escondamos! Aunque sea con otra distancia en este proyecto, me siento acompañado por la familia tristura, Itsaso y Violeta. Pero también por Marcos Veronal y Pablo Conde de Torrefiel, así que de alguna manera la familia está más al completo que nunca.
¿En qué se parece un zombi a una joven española actual?
Dice la pieza que "50 años arriba, 50 años abajo todos tenemos ahora mismo, más o menos, 30 años". La obra es un retrato de esa tercera generación de represaliados del franquismo, que no saben del todo bien lo que sus abuelos vivieron, pero que sin duda lo han heredado de una manera sentimental y matérica. Esa herencia extraña, de los vencidos, esa herencia zombi, es la que no sé explicar del todo y, quizás por eso, motiva esta obra.
¿Se puede utilizar el humor para hablar de herencia, de memoria?
¡Qué os voy a decir a vosotros que vosotros no sepáis! El humor en las obras de La tristura ha ido de menos a más. Porque cuando éramos jóvenes éramos gente muy seria. No en la vida, pero sí en las obras. Aquí es un asunto que aún en algún ensayo me viene a la cabeza. Aunque no me haya preocupado especialmente en el proceso, es verdad que creo que es importante generar ese microcosmos en el que lo puedo tener todo, el humor, la épica, la ternura. Como una pequeña cápsula de vida.
¿Habrá, de nuevo, una fusión de lenguajes en esta obra?
Al final lo que yo siento es que las artes escénicas son esa fusión por sí mismas. Está en su naturaleza. Lo siento como una mezcla de una instalación, un disco, una película o una manifestación en la puerta del Sol.
¡APOYA A MONGOLIA!
Suscríbete a Mongolia y ayuda a consolidar este proyecto de periodismo irreverente e insumiso, a partir de solo 38 euros al año, o dona para la causa la cantidad que quieras. ¡Cualquier aportación es bienvenida!